La vida es cambio y nosotros somos cambio. Cada 30 días se renuevan el 98% de las proteínas del cerebro o cada siete años se renuevan absolutamente todas las células de nuestro cuerpo. Sin embargo, ¿por qué nos cuesta tanto aceptar el cambio? El motivo es sencillo: el cambio nos enfrenta al vacío y nuestra mente controladora se llena de miedos. Por supuesto, cuando el cambio es deseado hay menos dificultades; sin embargo, el reto está cuando no es tan querido, como puede ser un fracaso, un despido o encajar un error. Ahí es donde surge el auténtico desafío ante el futuro… Porque por mucho que comprendamos la bondad de muchos de los cambios o por mucho que digamos que entendemos la pérdida de un familiar muy mayor, por ejemplo, nuestras emociones van más despacio que nuestra cabeza. Eso hace que tengamos miedo o tristeza, aunque comprendamos los motivos. Pero, ¡existen márgenes de maniobra para actuar! En la medida que conozcamos las fases que pasamos, podremos acelerar el proceso. Cuanto más abierta sea nuestra actitud, mayor será nuestro aprendizaje en cada acontecimiento que vivamos y más podremos beneficiarnos de lo que vamos viviendo. Y es precisamente esta actitud valiente y de protagonista la que nos ayuda a afrontar los cambios más positivamente (y esto no significa que no pasemos miedo o tristeza… aunque sean solo unos minutos). Por ello, veamos cuáles son las etapas que viven nuestras emociones ante cualquier desafío para sacar lo mejor de nosotros mismos:

Llamada a la aventura

Es el comienzo de cualquier cambio, el cual puede ser buscado o inesperado y desconcertante. En este punto, además, pueden aparecer «cisnes negros», es decir, sucesos que nunca antes hubiéramos podido imaginar. En cualquier caso, para abordarlo de manera positiva hemos de preguntarnos: «¿Qué puedo aprender de todo ello?» en vez de decir «¿por qué me pasa a mí?».

Negación

La mente a veces nos traiciona. Por ello, una fase habitual en cualquier proceso de cambio es negar nuestra responsabilidad, entender que la culpa es del otro, caer en actitudes victimistas o de resignación, de autocomplacencia… La negación es la fase más difícil de salir, puesto que implica tomar distancia de nuestra propia forma de pensar. Pero, no pasa nada, sencillamente, hay que aceptar que a veces nos quejamos, no dedicarle mucho tiempo y aceptar las emociones que están de fondo para salir de las mismas.

Miedo

Es una emoción que siempre nos acompaña, no obstante cuando se sale de la negación, es muy probable que se acentúe aún más. Existen dos tipos de miedo: El sano, que es la prudencia, y el tóxico, que es el que nos lastra. El desafío no es no evitarlo, puesto que es neurológicamente imposible; el desafío es no incrementarlo con nuestros pensamientos. Además, no lo olvidemos, solo del 8 al 12 por cierto de nuestros miedos se cumplen… el resto son creaciones personales.

Desierto

Cuando caemos en la frustración surge el desierto, el cual puede durar breves minutos o meses, en caso de una pérdida importante. Pero estos momentos tienen magia, ya que lo que se aprende en estos instantes, no se aprende en otras etapas de nuestra vida. La buena noticia es que los desiertos pasan, por lo que tenemos que mantener la calma y contemplar los aspectos positivos que ofrece.

Creación de nuevos hábitos

La salida del desierto inaugura la cuarta etapa en el camino: La creación de una nueva realidad y el desarrollo de nuevos hábitos. Aquí existen varias claves para ello:

  1. Acariciar un nuevo futuro diferente.
  2. Poner pasión, el gran antídoto ante el miedo. En la medida que nos ilusionemos con lo que hagamos menos emociones negativas procesaremos.
  3. Aprendizaje, aprendizaje y aprendizaje.
  4. Transformar emociones negativas en positivas, aprender a relativizar y a tomar distancia. Un buen remedio es aterrizar los pensamientos que nos dañan: «¿Qué sería lo peor que me
    podría ocurrir?».
  5. Apoyarse en personas de confianza, amigos, familia o compañeros.
  6. Poder personal y confianza en uno mismo. En momentos de vértigo es bueno pararse y repasar el pasado: ¿De cuántas situaciones difíciles he salido en el pasado y pensaba que eran
    casi imposibles? Por ello, cree en ti.
  7. Compromiso hacia los otros. Cuando los proyectos cuestan, encontrar el sentido más allá de nosotros mismos, nos da fuerzas. Por ello, ¿cómo te gustaría ser recordado? Cuando termina un cambio, comienza otro… Esa es la buena noticia, porque significa que estamos vivos. Por ello, más que negarlos o enfadarnos con los cambios, necesitamos abrir nuestra mente para preguntarnos: ¿Qué necesitamos aprender de todo ello?