En un momento determinante de su historia, cuando el país hace frente a la más seria amenaza contra su democracia desde la Guerra Civil, Joe Biden jura su cargo como 46º presidente de Estados Unidos obligado a convertirse en un líder unificador y convincente capaz de rescatar a la nación de la polarización y el pesimismo y reconducirla hacia su papel como gran referencia del mundo libre.

Es el momento para un liderazgo potente, indiscutible, como otros que Estados Unidos ha tenido en el pasado y que pueden todavía servir de modelo para el inmediato futuro. ¿Será capaz Biden de cumplir con esa responsabilidad? Su actuación como presidente electo, desde que se confirmó su victoria en las elecciones del 3 de noviembre, ha sido ejemplar. En unas circunstancias extremadamente difíciles, ante un presidente que, no sólo se negó desde el principio a reconocer su derrota, sino que movilizó con mentiras a sus seguidores hasta el extremo de intentar un auténtico golpe de Estado, Biden supo mantener la calma y transmitió confianza en su victoria, en el sistema que la permitía y en las instituciones que la sostenían. Esa confianza se transmitió a una mayoría de los ciudadanos, que esperaron pacientes a que la ley acabara por certificar el triunfo del candidato demócrata, sin caer en las constantes provocaciones del presidente. La conducta de Biden en las últimas semanas probablemente evitó un desenlace más trágico de la crisis vivida desde la jornada electoral.

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Donald Trump ha dejado un país maltrecho. Afortunadamente, el sistema ha acabado demostrando fortaleza suficiente como para frenar sus propósitos autoritarios, pero las instituciones se han debilitado, la imagen de Estados Unidos se ha deteriorado y el país sufre una división profunda —política, cultural, económica, social— de la que no le será fácil recuperarse. La manifestación más brutal del inmenso daño causado por Trump fue la ocupación el 6 de enero del edificio del Capitolio por parte de una multitud violenta y extremista. Trump no sólo alentó ese ataque, sino que se negó a impedirlo o contenerlo cuando todavía estaba a tiempo. Es probable y deseable que tenga que responder por ello ante la ley.

Trump y los restos del trumpismo serán sólo parte de los muchos problemas con los Biden tendrá que lidiar. Deberá, en primer lugar, presentar un plan adecuado para frenar la extensión del Covid, ante el que Trump mantuvo una posición negacionista que ha provocado que Estados Unidos presente algunos de los peores datos del mundo. Tendrá al mismo tiempo que revitalizar una economía ralentizada por la crisis sanitaria, que ha destruido millones de empleos muy difíciles de recuperar. Dispone para afrontar esa labor con mayoría del Partido Demócrata en ambas cámaras del Congreso. Pero eso, aunque puede ayudar, no es garantía de un rápido progreso. El Partido Republicano, que será necesario para muchas de las medidas que haya que aprobar en el Senado, se encuentra sumido en una profunda crisis de identidad entre su glorioso pasado lincolniano y la nueva fuerza fascista que ha anidado en su interior. Los demócratas tampoco se libran de las tensiones, que asomarán pronto, entre centristas e izquierdistas. Biden, que pertenece al primer grupo, ha creado un Gobierno y un equipo de trabajo próximo a su pensamiento. Dispone de más experiencia que ningún otro presidente anterior al llegar al cargo. Y, aunque su edad puede ser un obstáculo, también puede ser un argumento a favor de la credibilidad que necesita. Tiene una gran oportunidad de pasar al pabellón de honor de los grandes inquilinos de la Casa Blanca. Pero también está ante un reto superior al de muchos de sus antecesores. Comienzan cuatro años en los que, del acierto del liderazgo de Biden depende también el liderazgo mundial de Estados Unidos y, con ello, la estabilidad internacional.

Antonio Caño – Periodista, escritor y exdirector del diario El País (2014-2018). Autor de Rubalcaba. Un político de verdad.