Son tiempos recios estos de la pandemia. Lúgubre y desconcertante episodio de los que cada cierto tiempo jalonan la historia en forma de guerras, crisis económicas u otros desastres, arrojando sobre nuestras cabezas un alud de interrogantes y consiguiendo que cuestionemos todo lo que hasta ayer nos parecía irrebatible. Si en el mejor de los casos nos produce desasosiego, en el peor nos desorienta por completo hasta anular nuestra capacidad para comprender y actuar.

Es la intensa incertidumbre, sumada a la reclusión forzosa, la que nos confiere esa sensación de vacío existencial —el ¿y ahora qué?—, pero también nos ofrece tiempo suficiente para recomponernos y esbozar explicaciones, apuntar posibilidades, trazar planes. En la tarea se afanan periodistas y expertos, políticos y escritores, pero si alguien pretende asegurarles lo que ocurrirá en el futuro —son comunes las alternativas binarias: «más solidarios» o «más egoístas»—, desconfíen. Ese tipo de certezas solo las sostienen los iluminados, los impostores o quizás personas bienintencionadas que auguran demasiado a costa de la debida prudencia. El sociólogo Alain Touraine, quien en su adolescencia vivió la ocupación nazi de Francia, preguntado por el futuro tras el coronavirus, contestaba: «No me gustaría hablar del futuro, prefiero centrarme en el presente».

La importancia del presente

Quizás la importancia del presente sea una de las pocas certezas que ahora podemos permitirnos. Durante los peores momentos de la Iª Guerra Mundial, Virginia Woolf escribió: «el futuro es oscuro, que es lo mejor que puede ser, creo yo», expresando así que el porvenir está abierto, no determinado. Nuestra obsesión con el futuro, pintado con trazos gruesos de burdo optimismo o de tosca negatividad nos ha impedido pensar nuestro presente y por el camino hemos olvidado que no hay promesas tecnológicas o de cualquier tipo que valgan, tampoco destinos fatales, lo que cuenta son nuestras decisiones de cada día: las humanas.

En Thinking Heads trabajamos desde hace diecisiete años junto a algunos de los principales referentes en el ámbito de las ideas, lo suficiente para saber que las verdaderas respuestas o los mejores resultados casi siempre provienen del esfuerzo perseverante y reflexivo, de la acumulación de conocimiento forjado a lo largo de sólidas trayectorias y del intercambio de ideas buenas entre personas diferentes.

Presente, reflexión, esfuerzo constante, generosidad en las ideas… son los asideros para una época dominada por la complejidad de la globalización, la interconexión y el avance científico y tecnológico. No caben ya soluciones salvadoras unilaterales o respuestas simplistas. En este sentido el filósofo Daniel Innerarity subrayaba que «como individuos estamos cognitivamente mal pertrechados para afrontar la complejidad», mientras que el matemático Marcus du Sautoy advertía: «El conocimiento de lo que no sabemos parece crecer más rápido que nuestro catálogo de descubrimientos», y el tecnólogo James Bridle apuntaba que «A lo largo del último siglo, la aceleración tecnológica ha transformado nuestro planeta, nuestras sociedades y a nosotros mismos, pero no ha sido capaz de transformar nuestra forma de entender todas esas cosas». En el esfuerzo por pensar el presente y superar los complejos retos que hoy nos acucian no existen fórmulas mágicas. Se impone el factor humano en forma de esfuerzo solidario, consensuado e interconectado.

Conectar personas e ideas. Construir puntos de encuentro

Con el tiempo, nuestros expertos han convertido Thinking Heads en una útil herramienta para difundir su conocimiento, pero sobre todo en un punto de encuentro para desarrollar sus ideas junto a otros especialistas. En forma de conferencias, libros, a través de internet y las redes sociales, en medios de comunicación tradicionales o en los principales foros empresariales y académicos contribuimos a la mejor difusión de ese patrimonio. Nos dedicamos a la construcción de lazos y puntos de encuentro, creemos en lo fructífero de relacionar a directivos y profesionales de las empresas y organizaciones con los pensadores de proyección mundial que razonan nuestro presente y que prospectan el futuro sin vanas promesas, basándose en el conocimiento solvente.

La crisis del COVID-19 supondrá un antes y un después, pero no por futuros inevitables que en realidad forjaremos nosotros mismos, sino por constatados y desgraciados hechos como el fallecimiento de miles de personas y la fuerte recesión económica. No obstante, los retos fundamentales de nuestro tiempo siguen ahí, no han cambiado. El calentamiento global del planeta y el colapso de sus ecosistemas; la necesidad de un sistema de gobernanza capaz de embridar los flujos y las interdependencias de la globalización; la reconstrucción de los consensos quebrados; o afrontar la complejidad creciente de la ciencia y la tecnología son incógnitas que permanecen, acaso ahora más perentorias que nunca. Son tareas que no deben arrastrarnos a una perspectiva sombría.

En su libro póstumo Factfulness, el médico y analista de datos Hans Rosling señalaba algunos sesgos importantes que nos impiden ver el mundo tal cual se nos presenta. La tendencia a dividir el mundo entre «nosotros» y «ellos»; el consumo de información de los medios basada en la explotación del miedo; o la idea innata de que las cosas siempre empeoran son rasgos de nuestro pensamiento que afloran en estos días tan complicados. En realidad, pueden servirnos como advertencia de que nos equivocamos y de que el camino adecuado, siempre por recorrer, es el de tender puentes entre las personas y sus ideas, restableciendo la confianza y construyendo conocimiento en red.