Esta pandemia y su sorpresiva emergencia nos ha mostrado las debilidades de una democracia ya en problemas y la necesidad de redefinir el pacto social que nos une como sociedad, liderado por quienes tienen más responsabilidades: los líderes políticos y sociales.

Esta amenaza de salud pública ha llevado a muchos países a tomar medidas excepcionales, restringiendo derechos y libertades fundamentales de una manera inédita para tiempos de paz. Sea cual sea el país y el color del partido en el Gobierno, todos han optado por dotar de más capacidades al poder Ejecutivo y por limitar, en diferente grado, a los otros dos poderes del Estado.

En España, mientras que el Ejecutivo concentró el poder en un mando único para responder de manera coordinada ante la pandemia, el Congreso de los Diputados por el contrario, suspendió sus sesiones por dos semanas en el mes de marzo. Y en relación con la Justicia, quedó demostrado que no estaba preparada para hacer frente a una situación de esta magnitud, viéndose obligada a trabajar bajo mínimos.

Frente a la irrupción del coronavirus en nuestras rutinas y su impacto en nuestro sistema sanitario, economía y salud, en España los presidentes autonómicos, partidos de la oposición en el Congreso, ciudadanos y medios de comunicación se mostraron favorables en un primer momento a las medidas adoptadas por el Gobierno, mostrando unidad y apoyo a restringir derechos y libertades. Pero este clima de unidad y concordia duró poco.

Tiempo después comenzamos a ser testigos de las primeras fisuras: los presidentes autonómicos aseguraban que no había coordinación entre ellos y el Gobierno central; los partidos de la oposición comenzaron a desligarse del Gobierno al no refrendar nuevas prórrogas del estado de alarma al tiempo que radicalizaron sus narrativas; y los medios de comunicación comenzaron a discrepar de la forma en que se realizaban las ruedas de prensa en La Moncloa. Sin embargo, estas fisuras no son nuevas: vienen de lejos, solo que habíamos optado por ignorarlas.

Democracia en apuros

El coronavirus nos ha mostrado lo que ya era evidente: la democracia está fatigada. Esto se reflejaba de dos maneras diferentes: malestar social y crisis de las instituciones representativas.

Con respecto a lo primero, se expresa a través de la presencia de movimientos de protesta en un clima de radicalización de las narrativas y de polarización ideológica, que no necesariamente son políticas. El origen de tales manifestaciones está ligado, tanto al mantenimiento de ciertos patrones de desigualdad y exclusión social, como a las prácticas corruptas por parte de diversos líderes políticos. Todo esto se ha visto animado por las nuevas tecnologías de comunicación y la información, principalmente las redes sociales, en un contexto en el que las instituciones democráticas no gozaban de una opinión pública favorable.

En los últimos años, la democracia representativa ha visto ampliada la oferta de partidos políticos, circunstancia que ha obligado al resto de organizaciones políticas ha reposicionarse en el sistema de partidos. Muchos de ellos han adoptado narrativas más duras para diferenciarse de sus contrincantes políticos y así atraer votantes. Por lo tanto, con respecto al segundo problema de la democracia tiene su epicentro en el deterioro del papel que juegan los partidos políticos y la cada vez más constante volatilidad y fragmentación del sistema de partidos.

Nuevo pacto social

Una situación tan excepcional como esta ha puesto en jaque nuestro diseño institucional, ha evidenciado la falta de liderazgo político y la necesidad de cuidar de las instancias de formación de la opinión pública.

Ahora más que nunca necesitamos de un nuevo pacto social que saque de ese estado de fatiga a la democracia. En este sentido, este pacto deberá tener en cuenta estos tres aspectos: los líderes políticos, los diseños institucionales y la formación de la opinión pública.

Una situación excepcional requiere de medidas excepcionales y para ello se necesitan de líderes políticos capaces de llegar a acuerdos, de estrechar lazos y construir puentes. Se necesitan de nuevas narrativas con un tono menos radical, un discurso político de profundidad y, sobre todo, de nuevas ideas o propuestas. Hay más partidos, sí, pero con muy pocas propuestas nuevas y esto es una cuestión central para el avance de la democracia.

España es un estado diverso y plural, uno de los más descentralizados del mundo. Durante esta pandemia hemos asistido a instancias de diálogo entre los ejecutivos central y autonómicos en su conjunto. Este viejo espacio de diálogo revitalizado ha sido clave para atender con rapidez a la pandemia. Resulta imprescindible mantener, potenciar y crear instancias de diálogo, en definitiva, un nuevo diseño institucional que permita articular la voz de todos los territorios, respetando la amplia diversidad de este.

La formación de la opinión nunca fue tan importante como hasta ahora. Las noticias falsas o fake news campando a sus anchas por la red y nos medios de comunicación con cada vez menos ingresos, obligan a estos a volverse de pago mientras que las fake news son gratuitas, de muy fácil acceso y virales. Hay que garantizar que la ciudadanía cuente con medios de comunicación libres y éticamente responsables con la veracidad de la información que ofrecen. Ya no basta con una ciudadanía informada, se debe garantizar el acceso de todas las personas a la información.

La falta de soluciones a problemas recurrentes con narrativas cada vez más extremas junto con soluciones simples a problemas complejos ha hecho que la democracia entre en ese estado de fatiga. Los problemas que se ven actualmente son el reflejo de algo que ya venía sucediendo. Dicen que tiempos extraordinarios, medidas extraordinarias y quizás haya algo de razón en ello. Reflexionemos, tendamos puentes y avancemos hacia un nuevo pacto social.