Cuando Steve Jobs comenzó a bajar notablemente de peso a fines de 2008 y también después de su salida en 2011 cuando Apple comunicó que le había concedido una excedencia por enfermedad, se generó una importante discusión alrededor del mundo corporativo de si la compañía tenía o no la obligación de informar el estado de salud de su entonces CEO o Director Ejecutivo.

En todo el mundo se debatía si primaba el derecho de los accionistas de Apple en saber el devenir clínico de Jobs, por la repercusión que ello podría tener en los resultados de la empresa o el de la privacidad del ejecutivo. Una disyuntiva que hasta el día de hoy ha quedado dando vuelta dentro del mundo empresarial: ¿deben las empresas informar al mercado cuando sus máximos ejecutivos padecen de una enfermedad?

Una pregunta que toma aún más relevancia en los tiempos que vivimos, si consideramos que el coronavirus o COVID-19 no distingue al momento de infectar a una persona y en aquellas de más avanzada edad o con preexistencias médicas, puede tender a tener un desarrollo más agresivo, incluso con consecuencias fatales.

Ciertamente, hasta la fecha ha habido una serie de ejecutivos corporativos afectados por el COVID-19. Por ejemplo, el 9 de abril de 2020, Morgan Stanley reveló que su CEO, James Gorman, se había recuperado de la enfermedad. El 20 de marzo de 2020, Altria Group anunció que su CEO Howard Willard había contraído la enfermedad y se tomaría un permiso de ausencia. El 31 de marzo de 2020, la compañía de bienes raíces Vereit anunció que su CEO Glenn Rufrano había dado positivo por el coronavirus y estaba siendo tratado en su hogar. El 26 de marzo, NBC Universal anunció que su CEO había dado positivo por el coronavirus. El 13 de marzo de 2020, BT Plc también anunció que su CEO había contraído la enfermedad y había optado por autoaislarse.

Cada una de estas revelaciones al mercado estadounidense, se dieron por una decisión propia de cada compañía, como efecto de sus políticas de transparencia hacia sus accionistas.

Esto, ya que si bien se ha debatido varias veces sobre esta temática, todos los entendidos sobre las diversas normativas de la Security Exchange Comission (SEC), señalan que no existe un blanco o negro acerca de si las empresas deben informar al mercado si uno de sus principales ejecutivos está siendo aquejado por una enfermedad o dolencia.

En otras palabras, esta decisión quedaría a la discreción de las políticas de transparencia y comunicación de cada compañía hacia sus accionistas. Esto debido principalmente a que el ejecutivo, también tiene el derecho a su privacidad médica, no teniendo que revelarla si no es de su agrado hacerlo.

Algo que no solo ha ocurrido en el mundo corporativo, sino que también varias veces en el político, como ha sido uno de los casos más famosos de la historia moderna: el del presidente estadounidense Franklin D. Rossevelt.

El prolífico político vio su carrera interrumpida en 1921, por el padecimiento de poliomielitis que le acarreó una parálisis parcial. Desde ese momento, hasta que llegó a ser presidente de la nación y especialmente durante la II Guerra Mundial, Roseevelt trató constantemente de dejar para el ámbito privado el uso de su silla de ruedas, mientras que en público sujetando sus piernas y caderas por medio de abrazaderas de hierro, aprendió a caminar distancias cortas girando su torso mientras se apoyaba con un bastón, logrando así convencer a la mayoría de que se había recuperado, lo que nunca fue cierto.

Pero tenemos ejemplos muy recientes, que van en el sentido contrario, como el del Primer Ministro del Reino Unido, Boris Johnson, quien rápidamente informó que debía ser internado en un centro de salud de Londres debido a que su cuadro de coronavirus había sufrido una complicación que lo obligaba a ingresar al servicio asistencial.

El tema es que en los momentos en que vivimos, o sea de una pandemia, la información privada en casos como este se maneja de una manera distinta, ya que la probabilidad de que alguien se enferme o contagie es muy alta, debido a las características del virus. Por lo mismo afirmar que uno se contagió o menos, podría tener una connotación distinta a la de afirmar si padece otro tipo de enfermedad a la que estamos acostumbrados a dejarla en un plano más personal.

Pero a lo mejor lo más importante es la forma en que las compañías afrontan este tipo de situaciones. Me refiero a sus políticas de transparencia y de comunicación hacia el mercado, a cómo manejan su reputación de cara a sus stakeholders. Porque ineludiblemente, la transparencia es parte de la reputación organizacional de una compañía de cara a la sociedad.

Algo que no solo sus accionistas valoran, sino que la sociedad en su conjunto. Es comprensible que un ejecutivo quiera ejercer el derecho a su vida privada, pero la organización en la cual trabaja se proyecta en un plano mucho mayor al del suyo propio, por lo que sería lógico o recomendable que puedan aportar la mayor cantidad de información disponible, para que sus públicos objetivos tomen sus decisiones con el mayor nivel de información posible.

La transparencia es un valor que cada vez concita una mayor relevancia dentro de una sociedad hiperconectada, donde también la percepción que se tiene de la transparencia va mutando en la medida que se incorporan nuevas generaciones, ya estas que demandan actitudes que antes no se consideraban como importantes. Por lo mismo hoy en día la transparencia corporativa debe ser considerada como un desde, como un activo, como algo que las compañías deben manejar a su favor y entender que debe transformarse en parte de su ADN para el bien de propia reputación.